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   TEMPLO - Qué solemne son nuestras Iglesias. Qué tranquilas. El respeto que inspiran sus paredes. Esos aromas sagrados. Una calma que aropa el alma. Un ambiente lleno de misterios, de vidas pasadas. Su aire espeso, lleno de los ruegos de tantos. Circulando callados como los murmullos y las plegarias de generaciones de fieles que buscaban alivio y sosiego. El hogar de Dios. Donde todos iban, tarde o temprano para acercarse a su Señor. En tiempos pasados el centro de pueblo. La autoridad máxima. Si estabas en la Iglesia, estabas bien. No importa lo que pasara. Nada malo te podía tocar en la Iglesia. ¿Pues claro? ¿Cómo se puede pasar un mal rato en la Iglesia? Imposible. Es la casa de mi Salvador.

* Pues sí. A través de los años su casa ha sido respetada, violada, usada, venerada, temida, destruida, adorada, comprada, vendida, cuidada y alquilada. Malos ratos lo pasa uno dondequiera. Esa misma casa que inspiraba miedo en los reyes y guerreros, es la misma servida con anhelo por los fieles al servicio de Dios. El único sitio donde muchos encuentran paz. Pero como sabemos, su casa la atienden los humanos. Bien intencionados, pero humanos. Sus actuaciones en la Iglesia, reflejan su manera de hacer las cosas en la sociedad. No creas, no están dando cortes de pastelillo en las filas. No se gritan de silla a silla. Ni tampoco cargan con banderas políticas. Pero como humanos al fin, nuestros egos e inseguridades nos comprometen.

* Nos olvidamos que en la casa de Dios nó. Podrás ser como te dé la gana en tu casa, en el parque o en tu barrio. ¡Pero en la Iglesia nó! Si te quieres quejar del compañero, no te quejes allí. Si te molesta aquella, no te quejes allí. Si te fraguaron la idea, no te quejes allí. Y sobre todo no le dañes la Iglesia a tus compañeros. Ellos no merecen tu negatividad. Tus luchas por el poder pueden fomentar la división y enajenar a quienes pueden ayudar de verdad. Dime, cuántas veces te has quejado de alguien. Le has dejado saber a alguien de tu desden por alguna persona. Has criticado peyorativamente a la gente o las directrices de tu Iglesia. Piensa. No hace tanto verdad. Y con la sutileza que lo haces...es asombroso.

* Es natural. Te sientes ofendido o amenazado y buscas como arreglar este sentimiento. Cómo sea, pero lo vas a arreglar. No te das cuenta del daño irreparable que le haces a los fieles al servicio de Dios. Almas preciosas que llevan una luz que puedes apagar o avivar. Muchos no tienen la fuerza, ni el ánimo para estar en un constante tirijala. Se gastan y sus ideas y contribuciones se pierden. ¿Porqué? Van a la Iglesia porque quieren servir, no ser cómplice. Quieren adorar, no ser usado. Quieren llevar la Palabra de Jesús, no los bochinches de la víbora.

* Hay que tener mucho cuidado con las maquinaciones a que nos enfentamos todos los días. Si los coge a pecho, te puedes quemar y si no los atiende te pueden arollar. Recuerda hay que ser fiel a las maravillosas palabras de mi Señor. Sólo pensando en su amor al prójimo podrás aguantarte de calumniar. Sólo pensando en su misericordia, podremos perdonar. Y sólo pensando en su divinidad tendremos la humildad necesaria para comportarnos como hermanos en nuestros templos.

* Las fricciones y los desacuerdos son inevitables. El diablo tiene muchas maneras de introducir su veneno en las actividades del hombre. Pero no dejes que crezcan. Para su avances en seco. Si no lo haces tú... ¿Entonces quién? Muchos más son los feligreses que se alejan silenciosamente, que los que se van gritando. Ayuda a todos a disfrutar de lo milagroso de nuestra fé. Asegúrate que las enseñanzas de Jesús no se queden en la Biblia, como artefacto histórico. Tienes que llevarlas en la frente y usarlas como usas los ojos, todo el tiempo.

* Tienes la dicha y la responsabilidad de mantener la paz en tu templo. Nada más importa. Si la gente no puede ir a la Iglesia por la tensión y los problemas que encuentran allí, hemos fracasado malamente. Somos guardianes de la paz en la casa de Jesucristo. Somos defensores de la fé, no de los caprichos de algunos. Somos esclavos de su Palabra, no esclavos del hombre. En tu casa mandas tú, en la mía mando yo. Pero en la Iglesia sólo manda Jesús.

                                                                 Luis Nieves Sánchez, SSN.