CULPA

 

   ¿Cómo se pide perdón?  Esto es muy personal. Aquí podemos llorar todos. Cada uno tiene su momento sólo. Por más que hagas, por más que brinques y por más que saltes, tu momento contigo mismo te llegará. La culpa se siente por muchas cosas. Sentir remordimiento ligado a nuestras acciones nos persigue a diario. Somos tan lejos de perfectos que él que no sienta esa grieta en su moral, no tiene conciencia. Y ésos que nunca sienten culpa, los perfectos, se merecen a ellos mismos. Sentir culpa es fácil, normal y humano. Esa sensación nos llega desde el corazón y hasta lo puede reventar. Nuestra moral lo exige y nuestra conciencia nos lo recordará a cada momento. Lo que uno hace se paga. Y se paga en este mundo. No pienses que llegará el día en que podrás sanarlo todo. No hay oración, ni novena que te remedie ese dolor de alma. Ni tu Señor Jesucristo aceptará ese tipo de confesión. Esto se hace aquí. Y no busques a quien echárselas. Estas no son culpas de los viejos, ni de los hijos, ni de nadie. Si los sientes, son tuyos. Y si son tuyos los tiene que confesar.

   ¿Ahora, como hacerlo?  Pedir perdón. Pedir perdón de verdad. Pedirlo con el corazón en las manos, es lo que requiere tu Señor. Si vienes pensando que todo lo tuyo siempre será perdonado. Si tu sentido de culpabilidad es pasajero, como el que busca aminorar sus ansias. Esos, que lo que quieren es sobar su alma. No están pidiendo perdón, sino aliciente. Viven la vida curando cicatrices en vez de borrarlas. Y en ésto, la convicción del alma es lo que vale. Si estuvieran tan arrepentidos, no seguían ofendiendo a la doctrina de nuestra prodigiosa Iglesia. Si lo que quieres es seguir haciendo lo tuyo, sin importarte los demás, te vas a buscar un lío. La soga parte por lo más fino y tiene sus límites. No culpes tu crianza, tu situación o tus travesías. La justicia viene igualita para todos y todo a su tiempo. Recuerda que es mejor caerse para poderse levantar, que quedar guindando.

   ¿Y para nosotros?  Los que amamos y tememos al Señor. Siervos fieles de su Palabra y de su Gloria. No sólo conocemos de su misericordia, hemos vivido la angustia y el esplendor de su gracia. Asímismo tenemos la oportunidad de deshacer nuestras ofensas, nuestras transgresiones y nuestros pecados. Los fieles a la doctrina de mi Señor sabemos lo que es pecar. Vivimos huyéndole a la maldad. Y hasta nosotros mismos nos asombramos de la facilidad con que nuestra mente y cuerpo humano se rinde ante tanta tentación. Sin la Palabra de Dios en el corazón es imposible resistirla. No son tantos los momentos en que debemos sentirnos culpables o pecadores. Dios sabe que la vida trae situaciones en que nuestra viveza nos ayuda a bregar. Pero en esos momentos en que sentimos el bochorno de haber pecado debemos confesarnos sinceramente.  Ni tú, ni yo somos malvados. Pero el mal que hagamos, conciente o inconcientemente, tiene que ser remediado.

   ¿Y qué confieso?  Lo que va en contra de la palabra de mi Jesús. Tú sabes lo que está mal y lo que es correcto. Enumerar pecados en esta hoja sería imposible. Sabemos de lo que somos capaces. Pero más dificil sería nombrar las cosas lindas y puras de las que somos parte en esta tierra. Ser cristiano en Puerto Rico es glorioso. Amando, alabando, respetando y construyendo. Creando un mejor mundo para nuestros hijos y hermanos. Aunque navegues los años mezclando penas y alegrías, de manos con Cristo se vive gozoso, feliz y agradecido. Una formula de vida sin par.

   ¿Pero si es mucho?  No te eches el mundo encima. Tratar de resolverlo todo y sentir culpa por no poder, está demás. Si tu felicidad y tu existencia dependen de la alegría de los demás, bendito. Vivirás en un constante trajín, donde ni la satisfacción de ayudar te sanará el cuerpo y el alma. Si no está roto , no lo arregle. No todo tiene que ser a tu manera. Ayuda, cuida y apoya. Pero no vivan sus penas, ni carguen sus culpas. Te necesitamos vivo, sano y claro para que alumbres a los tuyos y a las próximas almas que de seguro llegarán a tu vida. Muchas veces tus remordimientos vienen de algo que se ha regado en tu vida. Una hiedra que te aguanta y te asfixia. Sácate esas penas ajenas así como se saca una espina y verás como tu diario vivir se descomplica, trayendo tranquilidad y provecho.

   ¿Y cuándo?  Cuando tú créas. Cuando de verdad lo sientas. Tiene que ser algo entregado y completo. Al Señor no lo puedes invocar a medias. Cada persona es diferente y las situaciones infinitas, pero si no vienes enteregado de lleno al Señor, tus penas y tus temores se quedan adentro. Callados y escondidos hasta que se vuelvan a fermentar. Causando depresión y más. Ten fe. Un quejido de alma es lo que espera tu Señor de tí. No sigas esperando. Lo que te va a llegar es algo maravilloso.

   ¿Y dónde?  Dondequiera. La eficacia de la confesión está en la sinceridad del compromiso. Si no tienes la dicha de confesarte en uno de nuestros solemnes templos. Si no puedes llegar a un sacerdote ó al pastor. Recuerda que tu Iglesia anda contigo siempre. Cristo vive aquí. Aquí en tu ser. Tu compromiso con Dios es lo importante. Y ojo. El perdón no es exclusivo. De paso, no olvides a quienes directa ó indirectamente le hayas faltado. Ese acto tambien libera y rejuvenece. Recuerda, estamos aquí para tí. El qué, cómo, cuándo y dónde variarán pero la belleza de mi Jesús es constante, vislumbrante y milagrosa, y tenerla adentro es tener una fuente de vida, una fuente de agua viva…  Pruébala.                                                       

                                                                                   Luis Nieves Sánchez, SSN.

 

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